segunda-feira, 25 de janeiro de 2010

La canción del olvido

_ Un artista nunca debe sobrevivir a sus fans, bajo la pena capital del olvido.
Así decía el viejo, poco antes de morir, a los noventa y pico. El médico que lo atendió dijo que murió de vejez. El padre que le dio la extremaunción comentó del vacío que le envolvía, convirtiéndole en una bolsa de huesos. Sin embargo, sus ojos ya cerrados, podrían haber dicho la causa mortis a cualquiera que los hubiera visto: el olvido.
Es sorprendente que un bohemio como él hubiera pasado de los noventa. Su menor preocupación siempre fue la salud, la cual sacrificaba en nombre de buenos vinos, diversión y creatividad artística, tres cosas imprescindibles e indisociables para él. Así que mientras su hígado ahogaba en un pantano de alcohol, sus telas ganaban en colores y perspectivas. Su arte le dio cierto reconocimiento, así que él caminaba sin embarazo en los círculos artísticos de la ciudad. Sus muchos amores fueron atribulados, como conviene a un gran genio creativo: mujeres problemáticas, sí, pero ¡qué mujeres! Por todo eso, ganó un extenso grupo de fans, que le garantieron una vida financiera tranquilla hasta cerca de los ochenta, además de algunas tesis académicas.
Tuvo él un único defecto que echó todo a perder: vivió demasiado. Cómo su cuerpo resistió a todos los años de extravagancias y bohemia, eso nadie sabe al cierto. La cosa es que sobrevivió más do que todos esperaban y, lo peor, sobrevivió a todos los que esperaban alguna cosa. Al año de su muerte, ya nadie sabía de quien se trataba y era apenas conocido como el viejo extravagante del final de la calle. Para los vecinos, ya no estaba muy bien de la cabeza, y la única presencia en su casa era un enfermero gordo y callado.
A él, el viento de las tardes vacías de ahora apenas venía a cantarle la canción del olvido. Antes, las tardes eran su momento de máxima inspiración: cuando el calorcito de las dos invitaba a una siesta y el mundo todo parecía suspenso, el viento fresco le convertía en un artista hiperactivo. Ahora tenía tedio, nomás.
Todos estaban muertos. Mismo los fans más jóvenes habían perecido a la vida bohemia de su clase y de su tiempo. Sus obras ya no estaban más en las galerías y los museos las habían ignorado. Las muchas telas que vendiera a admiradores del arte y a ricos mecenas, yacían en depósitos, olvidadas por los hijos de aquellos, que no sabían dónde poner aquella incómoda herencia. En algunas casas, todavía figuraban en las paredes, pero ya no como una gran obra de arte, y sí como una antigua vanguardia, un kitsch que adornaba los corredores poco alumbrados.
El viejo, entonces, vociferaba para el enfermero desde su catre:
_ Mundo asesino, nos dio la luz para un día robarla, sin más. Te digo mi hijo, que triste es el poeta que tiene los versos olvidados antes de que él mismo los olvide.
Pero el enfermero no le hacía caso, quedaba callado nomás.

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